Al tomar un suplemento la intención es hacerle un bien a nuestros organismos. Por lo tanto, el sabor de dicho producto debería ser una consideración secundaria. Siempre debería ir primero el valor nutricional de la sustancia en cuestión. Alinear esta jerarquía de prioridades es vital para cuidar de nuestro bienestar integral.
Aunque parece más evidente al tratarse de un suplemento costoso, también deberíamos incrementar la importancia que le damos al valor nutricional cuando elegimos comida, porque: somos lo que comemos.
Las comodidades alimenticias de nuestra vida moderna han desviado los gustos “populares” hacia una preferencia por ultra-procesados. Si el paladar está acostumbrado a sabores extravagantes que proceden de laboratorios (en lugar de la huerta) y además se utiliza el sabor como único filtro a la hora de decidir qué comer, entonces Houston, tenemos un problema.
Esto no quiere decir que debemos, de un día para otro, solo comer vegetales crudos. Los cambios bruscos en la alimentación (entiéndase dietas) suelen fracasar porque no son sostenibles en el tiempo y los pacientes rebotan hacia sus hábitos alimenticios anteriores.
Lo que debemos buscar es mejorar nuestra relación con la comida para encontrar el placer innato que nos ofrecen aquellos alimentos de mayor densidad nutritiva.
Se trata de un ajuste en el cableado de neuronas, para que nuestros mismos cuerpos nos vuelvan a exigir las vitaminas y minerales que se desbordan de estas comidas.
Eventualmente llegaremos a, no solo aceptar, sino celebrar cuando se nos presenta un plato colorido lleno de ingredientes integrales y frescos. Vivir con el filtro encendido de “el sabor es secundario” podría parecer un martirio al principio, pero llegará el día en que nuestra propia intuición y deseo nos guiará hacia mejores decisiones nutricionales.
Cuando dejemos de ver alimentos nutritivos como un castigo, sabremos que se está remendando esa relación milenaria que alguna vez llevó a nuestros ancestros cazadores/recolectores hacia una dieta balanceada sin ellos saberlo.
Y sí, el sabor es secundario, pero eso no quiere decir que no sea importante. Si tenemos una relación cercana con alimentos reales (whole foods), indudablemente disfrutamos más en nuestros tiempos de comida; apreciamos la procedencia de cada ingrediente, participamos en la cocción, disfrutamos los olores y sabores mientras compartimos con seres queridos. Honrar de esta forma nuestra fuente de energía vital definitivamente nos ofrece una experiencia más rica que ir a tragarnos una hamburguesa de McDonalds.
Aceptar problemas crónicos de salud a cambio de un placer efímero (saborear comida chatarra), es el verdadero sacrificio por el cual nos deberíamos alarmar. Comer bien no es un sacrificio, es un privilegio.
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