Las tres armas secretas de la industria de A&B

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La manera más directa de mejorar nuestra alimentación es: cocinar más. Esta es la única forma de controlar lo que ingerimos. ¿En la calle todo le sabe delicioso? No es casualidad ni habilidad milagrosa del personal de cocina. La grandísima mayoría de platos en casi todos los restaurantes, y prácticamente todos los productos procesados que se encuentran en los pasillos de supermercados, son altos en al menos uno de los tres ingredientes más ubicuos del mundo: grasa, sal y azúcar.

Podemos agregar alguna combinación de estos a cualquier comida y seguramente satisface al paladar popular.

Las tres armas secretas de la industria de alimentos y bebidas han permeado completamente la dieta latina. 

Estamos todos biológicamente predispuestos a preferir cosas grasientas, dulces y/o saladas. En el mundo natural estos sabores usualmente delatan alimentos con alto valor energético, característica que debe priorizar un organismo para incrementar sus chances de supervivencia en tiempos de escasez. Nuestros ancestros maximizaban su ingesta calórica prefiriendo este tipo de comidas. Hambrunas frecuentes e inseguridad alimentaria (ambas han sido constantes de la condición humana) justifican este comportamiento en nuestra evolución.



Sin embargo, para los afortunados que tenemos completa seguridad alimentaria, nuestra biología ya no “empata” con nuestro entorno. La abundancia de comidas que tenemos a disposición socava la validez del impulso biológico de preferir platos de alta densidad energética. Además, las comidas más calóricas ahora son las menos nutritivas y que han causado estragos de salud pública a nivel mundial. Por lo tanto ya no es beneficioso seguir ese instinto humano prehistórico. Más bien deberíamos preferir alimentos con alta densidad nutritiva.

En casa también podemos cocinar con sal, grasa y azúcar (indispensables herramientas para darle sabor a nuestras preparaciones). Sin embargo, definitivamente vamos a consumir menos de estas sustancias. En un restaurante nunca nos enteramos de la cantidad de sal que usaron, pero comemos felizmente porque

ojos que no ven, corazón que no siente… a corto plazo”.

A largo plazo el corazón sentirá el exceso de sodio que ingerimos en restaurantes, y nos podrá restar años de vida.

Tiempo que invertimos en la cocina se nos duplicará en la recta final.



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